sábado, 30 de mayo de 2015

Respuesta Incorrecta

El profesor giró lentamente mientras caminaba alrededor de la sala. Se movía por las filas entre las mesas sintiendo la influencia que ejercía en sus pequeños alumnos. La sala se encontraba en completo silencio, los niños estaban totalmente quietos, con la cabeza agachada y evitando cruzar miradas para no llamar la atención del profesor, pero sobre todo para no verlo a él, para no observar los ojos que tanto miedo les inspiraban. Así era el último día de cada semestre, justo después de que terminara de pasar materia, los niños guardaran sus cosas en las mochilas y se alistaran para irse. Ahí comenzaba a interrogar uno por uno.


Observaba a cada niño en la sala y disfrutaba la espera. Se imaginaba lo que pasaba por la mente de sus alumnos, su nerviosismo y su miedo, sus contradictorias ganas de no ser elegidos para la interrogación, y al mismo tiempo de ser elegidos rápidamente y terminar su espera. Pero al final todos serían interrogados, todos y cada uno de ellos. Los que respondieran correctamente podrían irse inmediatamente a sus casas, lo que harían felices y aliviados, y los que no tendrían que quedarse, para volver a ser interrogados hasta que fueran respondiendo correctamente y llegar al último niño, el que recibiría el castigo.


Decidió realizar la primera pregunta al niño que se encontraba a su lado, no le sorprendió que respondiera correctamente y con una fría sonrisa le indicó que podía retirarse. Algunos alumnos lo miraron con indiferencia, pero ninguno le prestó mayor atención. El niño tomó sus cosas y salió de la sala a toda velocidad. El profesor dio un par de pasos más y escogió a una niña para formular la segunda pregunta. La vio parpadear levemente nerviosa antes de contestar, pero su respuesta tampoco fue incorrecta. La niña también se apresuró en salir de la sala.


El profesor continuó realizando lentamente sus preguntas a cada niño de la sala, eligiéndolos de forma aleatoria. Ya había interrogado a quince alumnos cuando se dio cuenta de que ninguno de ellos se había equivocado al responder, recién en ese momento detuvo sus pasos súbitamente. Recorrió a los alumnos con su mirada, observando sus rostros y buscando detalles sospechosos. ¿Se habían confabulado para acertar todas las preguntas?, ¿estarían haciendo trampa?, ¿los había subestimado?,¿y si ninguno se equivocaba en responder? Por un momento la idea lo atemorizó, pero logró mantener su semblante tranquilo, siempre había un niño que se ganaba el castigo.


Calmó su mente y volvió a preguntar. Quedaban solamente ocho alumnos cuando uno se equivocó al responder. El profesor apenas logró disimular una sonrisa de satisfacción al decir “incorrecto” y al instante una expresión de tremenda tristeza apareció en la cara del niño, que se reprochó en voz baja a sí mismo por equivocarse. El profesor continuó preguntando a los alumnos que quedaban, tranquilo al saber que ya tenía a uno que se quedaría hasta el final, pero de todas formas queriendo que algún otro se equivocara para alargar un poco más su diversión. Pasó justo lo que quería cuando quedaban sólo dos alumnos por interrogar, una niña se equivocó al responder y el último niño respondió bien.


Los dos chicos que quedaban se encontraban en extremos opuestos de la sala, cruzaron miradas por un instante y, enfrentando ya lo inevitable, miraron al profesor, quien podía notar el miedo en sus ojos y el sudor humedeciendo sus rostros. Hizo la pregunta a la niña, que pensó su respuesta por unos segundos, tenía la cabeza agachada, los ojos cerrados y apretados, concentrada en encontrar la respuesta correcta, jugaba con sus manos mientras aumentaba su nerviosismo. Tímidamente dio una respuesta que el profesor apenas alcanzó a escuchar, pero que lamentó que fuera correcta. Giró su rostro hacia el niño y le realizó la pregunta. El niño fijó su mirada en el suelo mientras levemente movía su boca, buscando la respuesta. Pasó un largo momento pensando, con la mirada siempre fija en el suelo, mientras el sudor bajaba por su cara, sus ojos estaban muy abiertos y una expresión de perplejidad se marcaba en su rostro. “¿Sabes la respuesta?” le preguntó el profesor con amabilidad, pero el niño no despegó la mirada del suelo. “Mírame”, dijo el profesor con el toque justo de suavidad y firmeza, lo que tampoco ocasionó ninguna reacción en el pequeño. “¡Mírame!”, dijo de nuevo alzando la voz, el niño lentamente alzó la cabeza y lo miró, sus ojos brillaban con lágrimas y su boca temblaba levemente. “Responde”, dijo el profesor con un tono suave pero notoriamente amenazante. Grandes lágrimas cayeron de los ojos del niño, que entre sollozos logró articular un casi incomprensible “no sé”, que el profesor alcanzó a comprender.

Con una gran sonrisa el profesor felicitó a la otra alumna y le dijo que podía irse. La niña se apresuró a irse de la sala, dedicándole una corta mirada de compasión a su compañero antes de salir, dejándolo solo con el profesor. El niño pasó de los sollozos a llorar descontroladamente. El profesor lo observaba con una enorme sonrisa, de la que empezó a chorrear saliva, al mismo tiempo que sus dientes se alargaban en grandes colmillos, sus manos se volvían enormes y afiladas garras y de un sólo salto alcanzaba al alumno y lo botaba al suelo, mientras entre los gritos del niño le enterraba sus colmillos y le arrancaba grandes trozos con sus garras.

(Imágenes: Eric McGregor - Flickr / Jordy Meow)